sábado, 27 de diciembre de 2008

BAJESE QUE ESTA SERVIDO

El Tío Silvestre era un vasco alegre y jaranero, cuyas portentosas carcajadas se oían a una legua a la redonda, cuando arrancaba a reírse. Era por sobre todo un enamorado de las copas. Tanto, que comúnmente se moría de amor agarrándose unos pedales soberbios. Andaba en un sulky y como no tenia familia lo acompañaba siempre un empleado o secretario cuyo apelativo era Solby, quien lo seguía bastante bien en sus andanzas etílicas. Juntos no erraban boliche que estuviera abierto cuando venían del campo al pueblo, y tampoco cuando volvían..
Por supuesto eran conocidos y conocían todos y cada uno de los existentes, así que cuando alguno nuevo abría sus puertas para ellos era una romería, que festejaban con gran entusiasmo.
Una noche, ya tarde, volvían al campo después de un largo día de recorrer estaños y de chupar como por un campeonato, y de pronto el Tío ve una luz encendida en una puerta a la calle, cosa que le llamó la atención porque el lugar no lo tenia registrado en su larga lista de destinos …..
La reacción fue inmediata, tiro las riendas y dijo “A ver Solby bájese a ver si despachan todavía..” A los pocos segundos que el acompañante entro por la puerta, se escucho un vozarrón de adentro que decía “¡¡EL DEL SULKY: BAJESE QUE ESTA SERVIDO!!”
Cuando el Tío entró con una sonrisa de felicidad, lo que menos se esperaba era que el del vozarrón fuera el agente de turno, que lo llevo a patadas al calabozo junto a Solby, porque habían parado… en la Comisaría.
Dicen que las carcajadas del Tío Silvestre se escucharon esa noche en todo el pueblo mientras repetía BAJESE QUE ESTA SERVIDO!!

miércoles, 10 de diciembre de 2008

LAUCHA

En la escuela de adultos Fito tenia una larga historia. Pasaban años y no habia caso, no adelantaba mucho, aunque solo fuera para lo que pretendía la maestra: que aprendiera a leer.
A fuerza de dedicación casi exclusiva, al final Fito hizo algunos avances, por eso el día que vino la inspectora -que lo veía año tras año sin egresar nunca- la maestra decidió hacerle una pregunta para que se luciera y finalmente darle el certificado.
Asi es que habia dibujado en el pizarrón varias figuras sencillas, un gato, un gallo, una rata, y debajo escrito las sílabas que detallaban el nombre de cada cosa.
Los distintos alumnos iban contestando cuando se lo pedía la maestra y les señalaba una figura y las sílabas debajo, el tipo de animal que se trataba.
Cuando le llego el turno a Fito, la señorita señaló la figura y le marcó con el dedo las sílabas. Fito mudo. A ver:... la R con la A... Rrra..! ayudó la inspectora. La T con la A... Ttta..! apuntó la maestra en un desesperado intento que Fito la coreara.. Entonces ¿La palabra completa Fito?
y Fito.. exultante, mirando el dibujo grito con toda la voz: LAUCHA!!!

NO TE ME ANDES ESCONDIENDO...

El tartamudo Ávila, era un paisano grandote, resero de a caballo.
Bastante elemental en sus acciones, bueno si, pero impulsivo y con gran aptitud para meter la pata por sus brutos impulsos. Se bajaba del caballo y andaba casi siempre con un gran rebenque colgado de la mano. De esos de cabo grueso y con lonja sobada “cogote de toro”.
Con uno de esos, de cualquier lado que te peguen estas listo. Si es con el cabo te pueden pasar al otro mundo porque es de madera dura forrada en cuero con un peso importante, y si es un lonjazo, también puede mandarte al hospital.
Un día el tartamudo llego al pueblo y fue derecho al negocio del jorobado Hernández, un gallego relativamente joven, petiso, de voz muy baja, que tenia un severo problema de columna y caminaba totalmente encorvado con la cintura doblada y el torso casi horizontal por la enfermedad.
Cuando Ávila entro no había nadie en el negocio ni detrás del mostrador, así que largó un “¡¡BUENAS TARDES!!” bien fuerte como para ser escuchado y que vinieran a atenderlo. Al escuchar la voz, apareció Hernández desde una puerta lateral y pasó con su andar lento y agachado por detrás del mostrador sobre el que casi no sobresalía, para dirigirse a atender al cliente.
Tal vez contestó el saludo, pero el tono bajo de la voz, probablemente debido a su enfermedad, la hizo inaudible para el Tartamudo Ávila, que al no tener respuesta y viendolo como se deslizaba, ahí nomas enarboló el rebenque y le asentó por arriba del mostrador semejante lonjazo al Jorobado Hernández por las espaldas, al tiempo que le decía “..¡¡QUE A MI.....QUE A MI... NO TE ME ANDES ESCONDIENDO!!!”.
Hernández termino en el hospital y el Tartamudo en un calabozo.