miércoles, 10 de diciembre de 2008

NO TE ME ANDES ESCONDIENDO...

El tartamudo Ávila, era un paisano grandote, resero de a caballo.
Bastante elemental en sus acciones, bueno si, pero impulsivo y con gran aptitud para meter la pata por sus brutos impulsos. Se bajaba del caballo y andaba casi siempre con un gran rebenque colgado de la mano. De esos de cabo grueso y con lonja sobada “cogote de toro”.
Con uno de esos, de cualquier lado que te peguen estas listo. Si es con el cabo te pueden pasar al otro mundo porque es de madera dura forrada en cuero con un peso importante, y si es un lonjazo, también puede mandarte al hospital.
Un día el tartamudo llego al pueblo y fue derecho al negocio del jorobado Hernández, un gallego relativamente joven, petiso, de voz muy baja, que tenia un severo problema de columna y caminaba totalmente encorvado con la cintura doblada y el torso casi horizontal por la enfermedad.
Cuando Ávila entro no había nadie en el negocio ni detrás del mostrador, así que largó un “¡¡BUENAS TARDES!!” bien fuerte como para ser escuchado y que vinieran a atenderlo. Al escuchar la voz, apareció Hernández desde una puerta lateral y pasó con su andar lento y agachado por detrás del mostrador sobre el que casi no sobresalía, para dirigirse a atender al cliente.
Tal vez contestó el saludo, pero el tono bajo de la voz, probablemente debido a su enfermedad, la hizo inaudible para el Tartamudo Ávila, que al no tener respuesta y viendolo como se deslizaba, ahí nomas enarboló el rebenque y le asentó por arriba del mostrador semejante lonjazo al Jorobado Hernández por las espaldas, al tiempo que le decía “..¡¡QUE A MI.....QUE A MI... NO TE ME ANDES ESCONDIENDO!!!”.
Hernández termino en el hospital y el Tartamudo en un calabozo.

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